El largo abrazo de Barcelona a la selección: una victoria llena de banderas y «¡Viva España!»

18 años después, España se reencontró con una volcada Ciudad Condal. En un ambiente festivo, un golazo en los últimos minutos de Dani Olmo evitó el empate, que había llegado en una carambola

Una de las cosas más difíciles de conseguir en esta vida es tener un lugar al que volver. España sabe, desde este sábado, que siempre puede volver a Barcelona. En el campo del Espanyol, ante más de 35.000 personas, con la grada roja y amarilla, no hubo un partido de fútbol. Hubo un reencuentro. Se volvieron a ver quienes un día fueron separados. Se volvieron a ver y comprobaron, qué cosas, que aún se quieren. Dieciocho años después, casi, o sin casi, una vida, Barcelona abrazó a España y le demostró que la había echado de menos. Si no toda, sí buena parte de esa ciudad, entregada sin remilgos a la selección en un reclamo festivo de los derechos perdidos.

Barcelona quiere a España. Y se lo dijo. En pocos ambientes tan cálidos, tan entusiastas, ha jugado la selección como local últimamente. Ganó el equipo ante Albania, pero eso, el fútbol, fue lo de menos. ¿Lo de más? Que el equipo nacional ha recuperado esta ciudad.

La llegada al campo ya permitía intuir la fiesta. Una inmensa mayoría de los que caminaban hacia el estadio o buscaban aparcamiento en los alrededores llevaban en la mano, o al cuello, o a la cintura, o al aire, la bandera de España. Después, dentro, con el estadio teñido de rojo y amarillo, hubo un ambiente festivo al que contribuyó lo suyo la selección musical (Raphael y su gran noche como número uno), una gran bandera en uno de los fondos («Barcelona con la selección») y los recordatorios, desde Andrés Iniesta a Dani Jarque pasando por Pedri. ¡Ah! Y claro, el «Yo soy español». Porque, conviene recordarlo, en Barcelona, en Cataluña, hay mucha gente que siente a España como su país y a la selección como su equipo. Había ganas de volver al ver al grupo ahora de Luis Enrique, pero más por lo que de simbólico tiene que por la necesidad de ver un amistoso sin mucho fuste.

No hubo situación incómoda alguna ni en las horas previas, ni durante, ni en las horas posteriores al partido. La Asamblea Nacional Catalana había pedido que se llenaran los balcones de la ciudad de esteladas, y salvo alguna aislada, muy aislada, su llamamiento apenas halló respuesta entre los suyos. Sí lucieron, en cambio, en las calles cercanas al campo las banderas españolas, una normalidad que no siempre fue norma en los últimos años. La próxima vez que España juegue en Barcelona todo esto no será noticia, ni siquiera será reseñable, salvo por el hecho de que la selección pueda volver a meter en el campo a esos 35.000 para ver una sesión como la de anoche, intrascendente, bastante sosa en lo futbolístico, ante un rival sin apenas nombre.

BAJA NO EXPLICADA DE ROBERT SÁNCHEZ

Porque, contado lo verdaderamente importante de lo que ocurrió anoche en Cornellá, conviene detenerse un rato en lo que hizo la selección española sobre la hierba. Ausente Unai Simón en la portería, de baja repentina, y no explicada, Robert Sánchez, que iba a jugar, el portero fue David Raya, y Rodri quien hizo de Busquets. El resto son jugadores más o menos habituales que, como le ha ocurrido a este equipo en muchísimas ocasiones, no supieron cómo descifrar la acumulación de hombres que propuso Albania para la cita. Sabido es que tal y como está construido el grupo de Luis Enrique, se siente mucho más cómodo jugando contra rivales que le miran a los ojos. Las mejores noches del proyecto del asturiano han sido contra Alemania, Italia, Francia o Portugal.

Ahí emerge la mejor versión de un grupo donde la obsesión del seleccionador por automatizar movimientos, especialmente cuando pierde la pelota, convierte cada partido en un campo de minas para los jugadores, afanados en cumplir con las órdenes recibidas pues el Mundial está a la vuelta de la esquina. Ayer faltaba Busquets, que es un fijo, y Unai Simón, pero el resto podría ser el equipo titular si mañana fuera el primer partido en Qatar. Así que está bien retomar, cuatro meses después de la última ocasión en que se pudo ver al equipo, la sensación de que la apuesta es la que es, que no va a cambiar y que tiene sus virtudes y sus defectos. Se pueden intuir muchos más de los primeros que de los segundos, pero hay de todo, y eso tiene sus riesgos obviamente. Por ejemplo, la dificultad para generar ocasiones ante defensas cerradas.

España apenas tuvo ocasiones de gol. Ni al principio ni cuando Luis Enrique agitó el árbol metiendo a Soler, Dani Olmo y Jordi Alba. Transitó el equipo por el movimiento inocuo del balón, sin mucho más que contar, poniéndose por delante gracias a Ferran Torres, ya jugando de delantero centro, pero viendo cómo empataba Albania en una carambola producto de un mal despeje de Pau Torres. Lo arregló con un golazo Dani Olmo. Pero nada más, acaso en una acción premeditada para dejar el foco donde estaba: en el reencuentro, intenso, de Barcelona con España. Con la selección, que ya tiene un lugar al que volver. Otro. Debería intentar ofrecer algo más de espectáculo, e incluso que fuera un partido oficial, pero el paso está dado.

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