La rutina celestial del Real Madrid: se embolsa su quinta Supercopa de Europa

El conjunto blanco vence a un discreto Eintracht en Helsinki gracias a los goles de Alaba y Benzema

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Vive el Real Madrid una rutina celestial a la que ningún rival encuentra remedio. El vigente campeón de la Champions continuó su senda en Helsinki con su quinta Supercopa de Europa ante un Eintracht (2-0) que vivió tormentos similares a los de otros damnificados. Courtois para negar, Vinicius para volar y Benzema para crear y rematar.

No quiso ver Carlo Ancelotti esta Supercopa de Europa como un inicio -al fin y al cabo se trataba del primer título de la nueva temporada-, sino como una continuación. O, mejor dicho, como un homenaje a quienes le permitieron llegar hasta aquí. Así que no tuvo dudas en formar al comienzo con los mismos once futbolistas que fueron titulares en la conquista de la decimocuarta Champions en Saint-Denis. Quedaban así en el banquillo tanto los dos nuevos refuerzos, Antonio Rüdiger Aurélien Tchouaméni, como Eden Hazard, a quien su técnico pretende ofrecer una última vida como supuesto sustituto de Benzema.

A Ancelotti cuesta quitarle razones, sobre al todo al ver como su Real Madrid continúa teniendo un comportamiento invariable ante las dificultades. Qué más da que el Eintracht se le subiera un rato a las barbas en el primer tramo del partido ante el gambeteo hipnótico entre líneas de Kamada, que ya aparecería Courtois para cerrar la puerta y permitir la llegada de tiempos mejores. El meta belga, que venía de apuntarse hasta nueve paradas en la final de la Champions, asomó en Helsinki para impedir que Kamada marcara el primer gol. Al futbolista nipón, con una vida por delante para pensar dónde podría colocar el balón, le arrolló ese miedo a la nada que provoca la imponente estampa del portero del Real Madrid.

Esa acción, la mejor que tramaron los alemanes en un primer acto en el que fueron echándose atrás sin remedio, sirvió también para corroborar cuán extraño es el fútbol de Mendy. Venía el lateral de sacar de tacón un balón jugado entre dos rivales. Tanto se gustó el lateral francés que un rato después volvió a intentar algo similar. Los botines le fallaron esta vez. Tan desconcertado quedó al perder la pelota que optó por quedarse parado a la espera de que Courtois lo arreglara.

EL MILAGROSO MANOTAZO DE TRAPP

Pero este Madrid sería incomprensible sin vivir al límite. Aunque sea sólo un momento. Acompaña a los finlandeses una expresión mística de imposible traducción. «Sisu» le llaman. Dicen que nace en las entrañas. Y que acuden a ella para encontrar fuerza y bravura donde el resto sólo advierte problemas y desesperanza. No hubo más que ver cómo Valverde arrancaba y trataba de encontrar los espacios que parecían no existir. O cómo Benzema y Vinicius pretendían engendrar y correr entre esa defensa de cinco futbolistas a la que se vio condenada el Eintracht ante la ausencia de Filip Kostic, carrilero zurdo estructural que acordó su fichaje con la Juventus justo un día antes de disputarse la final.

Benzema celebra su gol ante el Eintracht.

Entre Valverde y Benzema se coordinaron para que fuera Vinicius quien tirara. Tuvo que precipitarse el central Tuta contra la línea de gol para evitar el tanto. El segundo aviso del Madrid fue mucho más serio. El extremo brasileño, esta vez, fue quien encontró el apoyo apropiado en Benzema para girarse, volar y obligar al meta Kevin Trapp al milagroso manotazo. Ya no hubo consuelo para el Eintracht con el córner posterior.

Benzema, que en la víspera explicó cómo se las había apañado para hacer de todo desde que se marchó Cristiano, se sostuvo en el aire entre dos rivales para cabecear. La pelota hubiera salido fuera de no haberla buscado Casemiro, preciso en su pase hacia atrás para que Alaba, al que le encanta acudir al remate en la estrategia, coronara en la frontal del área pequeña. Tan satisfecho quedó el Real Madrid con esa liberación que el capitán blanco se quedó a un palmo de apuntarse el segundo tras un avance de Kroos.

CASEMIRO, MVP

Trató de cambiar el registro el técnico Oliver Glasner recurriendo a un campeón del Mundo: Mario Götze. Marcó el gol más importante de su vida con 22 años. No en un lugar cualquier. Lo hizo en Maracaná, allí donde la gloria y el tremendismo engullen. Y no en un momento cualquiera, en la final del Mundial, donde ya no hay manera de huir de la historia. Götze hubiera preferido vivir todo aquello con 35 años, y no cuando era un crío al que se le reclamó que hiciera de aquel control con el pecho y aquella volea una rutina imposible de cumplir.

Nada podría cambiar este Götze porque el Madrid se gustó de lo lindo. Después de que Casemiro, que sería nombrado MVP, probara la estabilidad del larguero con un martillazo, otra carrera de Vinicius, esta vez habilitado por Mendy, permitió a Benzema zanjar la noche. Al delantero francés ni siquiera le hizo falta controlar. Simplemente sacó la pierna y dejó en Babia a Trapp, incapaz de reaccionar.

Nada se le puede reprochar. Este Real Madrid insiste en hacer del triunfo su única razón de ser.

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